En la panza del Mekaro

Amaneció sentado, apoyado contra la mugrienta pared de un viejo y sucio refugio. El húmedo aroma a cloaca trepaba por las paredes y escapaba por un pequeño orificio horadado a ras de techo. A través del agujero se intuían a lo lejos los primeros despuntes del amanecer.

En la pared opuesta un sinfín de tuberías tejían un burdo entramado que resonaba a intervalos regulares y dejaba escapar por los recodos un continuo rocío de agua. Las gotas resbalaban suavemente por la pared y bañaban los adoquines que adornaban la mayor parte del suelo.

Gabriell se levantó y sintió como su cuerpo entumecido chirriaba y crujía a medida que se incorporaba. ¿Cuánto tiempo habría estado en aquel lugar?

Lo último que recordaba era aquel viejo buslizador hiperbárico y su insistente vaivén a 5 por 4.

De repente, mientras se encontraba sumergido en su memoria a corto plazo, Gabriell se dio cuenta de un pequeño detalle que había pasado por alto. Se le heló la sangre de inmediato: aquel lugar no tenía puerta alguna de entrada. Observó con detenimiento la estancia: el enjambre de tuberías de la pared opuesta, el suelo salpicado de adoquines, la pared en la que había estado apoyado quien sabe cuantas horas, la insulsa pared de su derecha y el tragaluz que coronaba la pared de la izquierda, tan pequeño que solo un globerg podría entrar a través de el. Pero ningún signo de algo que se pareciera ni remotamente a una puerta o trampilla.

Gabriell decidió cerrar los ojos y concentrarse en los sonidos que emanaban de aquel calabozo y en los que se deslizaban sutilmente por la única conexión con el exterior: gorgoteos, reflujos de agua, algún chirrido metálico espontáneo proveniente de la red de tuberías, su respiración un tanto agitada y el latir de su corazón. Más allá de aquella habitación no parecía haber nada más. Quizás se encontrara en medio de un desierto, en una llanura infinita sin signos de vida. Quizás estaba en un pueblo abandonado, campamento de muchos de los grupos rebeldes que eran expulsados de la Unión.

No sabía dónde estaba, cómo había llegado allí ni como salir de aquel inmundo sitio. Sin embargo Gabriell no perdió la calma. Si alguien le había encerrado allí y no le había matado aún, era porque le necesitaban vivo y, de un momento a otro, le harían saber porqué.

Continuará…(o no)