Hacia las extrañezas de un ligero cambio

Estrepitosa fue la salida de aquel mundano tugurio excavado en el semisótano de uno de esos cochambrosos edificios que clamaban al cielo por una reforma o un derribo. Los diminutos escalones que anclaban aquel antro con el resto del mundo estaban cubiertos de las más exquisitas inmundicias, fruto de la asidua clientela que regalaba su delicado aroma a indigencia a tan sublime lugar. La puntera deshilachada del zapato encajó perfectamente en el pequeño socavón que adornaba uno de los escalones, mientras que el resto del cuerpo continuó su intento de ascenso al siguiente peldaño. Tan extraña configuración provocó que la rodilla bajara, arrastrando consigo las caderas que hicieron lo propio con el resto del tronco. La rótula golpeo con destreza el reborde del peldaño, las manos, lentas como siempre que el alcohol empañaba sus sentidos, tardaron en reaccionar y acariciaron fieramente con su dorso el fino empedrado que ornamentaba la entrada al lugar. La cara, acudió gentilmente a comprobar de cerca la composición de aquella escala de cemento, y una vez se hubo encontrado a suficiente distancia, decidió estamparse contra el suelo, precipitando un par de dientes hacia el exterior, como si estuviera jugando a los dados con piezas de marfil. Después, un silencio eterno y el frío de la noche empañando los cristales.

Nunca nadie corrió tan moribunda suerte en su primera noche en el All’s Night.

Que Diós le bendiga.