Siempre es la misma función

Siempre intento acariciar el consuelo en momento aciagos. Desparramo todas y cada una de las gotas de anhelo que conforman mi esencia y me convenzo de que siempre llegará el ángel alado que me lleve de la mano hacía los cielos infinitos. Perduro entre sueños negros que minan mi alma y extraen cada preciosa piedra que he acumulado durante todos estos años. En ocasiones siento que siempre hubo carbón, y que el hijo pródigo bendecido por la mano de quién vivio para verme nacer no merece apenas una mirada soslayada y entretenida que únicamente está considerando si el bufón será lo suficientemente cómico como para tenerlo en cuenta. Vacío mi interior completamente y sólo queda un tufo a fracaso que apesta mi aroma a simpatía. Considero futuros alternos que proveen el elixir de la felicidad y escucho atentamente las voces que el cariño y la comprensión dejan caer en mis regalados oidos. Procedo a cotejar los datos e interpolar las experiencias, examino de cerca los hechos y descompongo los sentimientos en meras reglas lógicas que se suceden una detrás de otra. Comprendo mi porqué y me exijo una respuesta. La obtengo. ¿Y qué? Sigo estando tan ciego que veo todo demasiado negro, demasiado sincero. Apesto a autocompasión y a la condescendencia más agorera. Sacio la sed con el trago amargo de lo que no es nuevo. Vacío mi ego y lo lleno de burda irrealidad que me pretende cortejar y enseñar lo que debo hacer. Un ciego en un pais de tuertos, eso es lo que siento. Y los únicos ojos que anhelo están demasiado lejos, a mil años luz de mi pecho.

Adiós. Yo ya no los quiero.